Íbamos todos los nuevos y amigos en un carro por las calles de la Durangueña. Eran como en del cerro de las Noas por atrás a medio día donde subías y había mucha gente, pero al mismo tiempo abajo era de noche. La Durangueña tenía un leve parecido a Guanajuato.
Parábamos, como en el de el edificio de Mazatlán y de pan, a la orilla del cerro o de la Durangueña. Había una casa en construcción en el rancho de la Paz. Luego ya no estaba nadie más que José y yo. Yo trataba de limpiar un poquito, pero estaba nerviosa porque había ahí una cama y una casa sola con una pareja y una cama conducen casi siempre a lo inevitable.
Y creo que él me dijo telepáticamente: "vamos" y yo le dije "espérame".
La casa tenía cuadrados grandes de vacío en las paredes grises y fuertes de concreto, no había cortinas, las paredes no estaban pintadas, en el suelo había basura de carbón y botellas de caguamas. Yo iba al patio a lavar unas playeras blancas. Luego venían por mí, creo que eran mis primas de Estados Unidos. Agarré la pila de playeras blancas, eran como 6 o 7 de las grandes. Ya estaban secas y dobladas y también tenían dibujos.
sábado, 9 de abril de 2011
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