Había una Soriana. Puras ofertas de un peso, dos pesos, tres pesos. Yo decía "pues, sale lo mismo, te venden una naranja a 50 centavos y el kilo cuesta a 5 pesos, es lo mismo". Me iba a mi casa, que parecía una combinación de, en realidad no puedo decir qué casa, pero supongo que parte es donde estoy viviendo y donde había vivido unos meses antes. Pero a la inversa, ya sabes, reflejándose en un espejo.
Mi papá estaba dando tumbos en la cocina. David parecía ebrio en un sillón. Mi mamá le decía algo a mi papá, algo así como "pues síguele, con tus borracheras". Ahí fue cuando me cayó el veinte de que no estaban borrachos, estaban MAL. En el sentido que: o tenían el demonio adentro, o habían perdido la razón. Mi papá empezaba a tirar cosas y a hablar como un retrasado mental. Para distraerlo, yo aventaba mi sudadera gris, la mediana, a un adorno de metal, como esos que hay arriba de las rejas.
- Papá, pásamelo.
Y no respondía. Quité mi sudadera de ahí. Con calma, decidí que debíamos de hacer algo.
- Papá, vamos a una fiesta. Vamos con mi tío fer a su fiesta.
Él empezaba a caminar, mi mamá metió a David en una van como la de la maestra Lucy y los sentamos atrás.
Los íbamos a llevar con un médico o un sacerdote. No me acuerdo quién manejaba, si mi mamá o yo.
miércoles, 23 de marzo de 2011
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